En algun lugar, en el tiempo...

¿Esperarás a que se convierta en un hombre?, tal vez no es seguro, sus inseguridades te abrumaron, pero son esas las que lo hacen atractivo ante tus ojos. “No es real, me dijiste una vez. Pareces escapado de alguna pluma, de alguna novela. No puede ser que exista alguien como él, es demasiado noble para mí, y yo no soy como el cree, no tengo alas para surcar el cielo”. Sin embargo, le pediste que hiciera algo por ti, luna plateada, hechicera: escapar a los míticos banquetes de gracia divina, a las sinfonías, a los sagrados cánticos; y escuchar en cambio los sombríos lamentos humanos, experimentar las ansias los miedos, sentir; renunciar a sus alas. Y él lo hizo, gustoso. No tuvo temor de morir si de eso se trataba el tenerte entre sus brazos; no le turbó el hecho de ser un cándido soñador, el retrato de un otrora príncipe fuera de su asteroide, perdido, y sin mayor pretensión más que la satisfacción que le pueda brindar tu telúrico amor, único en su corazón, único en sus ojos.

 “Y ahora que navega en una balsa, a la deriva, esperando rescatar algún recuerdo tuyo, porque aún no te has marchado de sus noches. Y ahora que es más humano todavía, susurra tu nombre al borde del acantilado, y al mirar al cielo, crispado, te ve brillar todavía”…

Sus temores se transfiguraron con tus lágrimas cada vez que te dijo que era un simple niño; pues quiso que sepas entender cómo daña el amor, y cómo los ángeles corrompen los sentidos. De pronto siente que lo abrazas tan fuerte y luego te desvaneces, se ha quedado ciego de tanto intentar amar. Mientras tanto, tu figura se disfraza tras los oropeles de su remilgada adoración pagana. Ya nunca más surcará los aires, ni pintará los rayos con su luz, será vendido al mejor postor, al que le quiera tan sólo un poco, ya que sabe que solo no puede reponer sus alas.

“Mientras perdure el dolor en su corazón, siempre habrá algún lugar para ti en sus pensamientos, gitana del desierto”, decía. Porque tú adivinaste el sendero por el cual llegar a él cuando se hallaba refugiado entre la arena y el viento; lo dejaste sin aire, repetía, pero le diste de beber de tu manantial como si en realidad estuviera sediento. Supiste hacerle sonreír con la gracia del atardecer y la premura del ocaso.

Pero tú, no te sientas culpable de su pronta perdición, en aquellas noche, en las que declaraba su amor eterno a la profunda depresión que sentía cuando se cerraban tus ojos y no los suyos. Y es que cuesta acostumbrarse al dominio de la carne cuando se es celeste y se vive esclavo del más puro amor; pero tú su “Eva”, lo hacías todo tan fácil. Y no eras tú quien tenía que cambiar sino el, y lo comprendió muy tarde; te adentraste en el mar de tus lágrimas para jamás salir de ahí, y desapareciste como en sueños.




Juegos absurdos

Ahora que podríamos ser un poco más justos; que somos conscientes y por tanto responsables, resultamos volviéndonos patéticos. Sin embargo el juego sucio de envolver la apariencia deseando formarla parte de esa malsana sociedad donde los cerdos opinan, está presente.
El objeto es un ser, un elemento que forma parte de algo más que grande y que a ciencia cierta cuesta imaginar y jode mezclarlo en tu repugnante juego del que estuvo siempre propenso y del cual muchas veces hubiese dido mejor -para él- librarlo.
Ser abordados desde el humor y la aceptación del absurdo, termina siendo como una baraja de risas y seria a la vez; respaldada por una eterna figura inanimada que por momento calma la esencia de lo irreal y transporta todo a un campo abierto, con un mundo perfecto para los protagonistas de la ocasión; pero con un ingrediente más: el deseo y la tentación del bien por ser parte de ese mal.
Entonces sin pensarlo más, creo que termino siendo más parte de esto sintiendo un irónico protagonismo ideológico del que solo te forman parte en un segundo, en un instante de magia; que sirve para envolverte en la agonía de lo irreal, de lo absurdo, de lo anormal. Concluyo ahora con la convicción de que estoy no siendo parte sino el juego perfecto, la marioneta perfecta, el títere perfecto.
Finalmenteidentificado con que se es lo que no se quiere ser, termino recordando el punto de quiebre en el que se decidió en ya no ser más ni entrar más en este sentido de vida, pero... quizás exista una razón, y solo el Dios sabe porque nos hace parte de este juego.

Cita a ciegas




Llegó a su mundo de pronto y de la manera más inesperada. La encontró en un espacio poco usual para las personas como él, en medio de una soledad que lo consumía y casi estaba matando. De  ella no podría describir lo mismo, pero también estaba viviendo -creeel- con adolescente impetuosidad sus sueños, y eso le gustó mucho, porque podía reconocerse en esa imagen que de alguna manera le recordaba tanto a la suya. “Es un real reflejo de lo que yo fuien otro tiempo y que por los golpes del sentido empezaba a olvidar y dejar de lado”recuerdo me comentaba, mientras yo le prestaba la mitad de la atención que él me daba-. “Es como un maravilloso espejo sobre el cual podría –irónicamente- observarme y empezar a amarme” -me decía con efusivo entusiasmo-. Era imposible dudar de un sentimiento así, pero en el fondo yo sabía que él tenía miedo de pensar en ella en otros términos que no fueran los de una cyber-amistad. Ahora, más que nunca, no quería volver a ilusionarse y acabar con el corazón roto. En el fondo yo sentía un nudo en la garganta al oírlo, pues su ilusión crecía día a día, llamada tras llamada; a través de aquel foro de “citas a ciegas”, uno de los tantos que abundan hoy en el internet. Y es que mi preocupación era evidente, después de haber sido testigo de sus abruptos fracasos -tras haber confesado su evidente invidencia- con sus cyber-parejas de turno.
Creo que empezó a quererla de repente. Cada día que hablaban se afirmaba más en el ese sentimiento. Me sorprendí en más de una oportunidad –escuchando sus conversaciones- de lo mucho que tenían en común. Sus gustos eran muy similares. Y por si fuera poco el empezaba a hacerse preguntas. A veces lo oía preguntarsesi era ella la que lo iba a sacar de ese doloroso letargo. Si era ella aquella estrella que anunciaría la llegada de un mundo mejor. Si era ella acaso de quién se iba a enamorar finalmente. Aunque tal vez siempre quiso que fuese alguien como ella, porque hasta ahora no conoció a nadie así.
“Esta vez es diferente”, menuda frase con la que ya me había familiarizado y a la cual se había aferrado en busca de alguien, de quien por momentos –yo- pensaba jamás llegaría.“No será diferente mientras no te muestres tal cual y no manifiestes por encima de todo tu invidencia, detrás de una pantalla no conquistarás a nadie, ocultando cosas tampoco”, sentencié –soné algo duro, pero era la realidad después de todo-. Al parecer nada de lo que había conocido lo satisfacía tanto hasta ese momento. Tal vez llevaba mucho tiempo a la caza de un sueño dorado, y se había dado -una y otra vez- de cara con una realidad fría e insípida que lo llevaba de mal traer y que le dibujaba la sonrisa al revés, justo ante los flashes y cuando menos la necesitaba. Creo que nunca te has enamorado”, me dijo en alguna ocasión mientras discutíamos su situación. Yo no sabía que hacer al ver a mi buen amigo, mi hermano del alma, actuar de una forma inusitada y triste. Creo que él ya no quería vivir más con ese sentimiento a cuestas. Ahora más que nunca quería saber si el amor es una realidad o sólo una bella canción y un recuerdo que se esfuma.
Una buena tarde, fui a buscarlo como de costumbre y lo encontré con una mirada desencajada y algo atónito; sucedió algo que él había venido prolongando por un buen tiempo y de lo cual prefería evitar preocuparse para no empañar su momentánea felicidad.  Ella sugirió que era momento de conocer a quien suponía era la mitad de la naranja que faltaba para complementarse. Él –aterrado por la idea de revelarle su deficiencia o tal vez por lo que suponía sucedería después de este suceso- para no desairar el pedido de su cyber-amiga, accedió a la petición y de inmediato la citó a un conocido café, al cual –según sus conversaciones- acudían de vez en vez. Yo no sabía que hacer frente a esto, pues mi temor era mayor al de él, pero no podía reflejar eso para no desilusionarlo. Lo animé a continuar con su travesía y decidí por obvias razones ser su Lázaro, como en alguna ocasión anterior ya lo había sido. Que más daba, no era justo rendirse sin haber luchado hasta el final.
Llegó el día. Tembloroso y asustado me repetía si se veía bien, yo jugaba insistiéndole que se mirara al espejo –tenía que evitar mi nerviosismo y evitárselo a él-. Llegamos al lugar, nos sentamos junto a la barra –habían quedado en encontrarse en ese lugar-, pedimos unos frapps y él sugirió que me sentara en una mesacercana. Sin reproche alguno accedí a su pedido, aún faltaban unos minutos para la hora pactada.
De pronto una mágica curiosidad se apoderó del ambiente. Él se sentía alterado, no era nuevaesa espera, pero de alguna manera si un tanto diferente. Entonces aparecióla joven que  él con tantas ansias esperaba. Apareció como una luz infinita sobre la noche. Era ella, sin duda. Llegóde manera tan natural, lucía jeans, un vestido abarrotado de bolitas y balerinas –tal y como había descrito iría a dicho encuentro-. No tenía nada de maquillaje en el rostro y llevaba el cabello bien sujeto a una coleta. Nada ostentoso, nada artificial, superficial o fuera de lo común. Solo ella y su encanto. Ella y el brillo de una gran sonrisa, sonrisa que iluminaba aquella noche más que cualquier reflector dentro del lugar. Pero con un enorme bastón blanco que dejaba entrever su problema visual. En ese momento hubiera querido que él haya podido verla como yo. Hubiera querido permitirle un tiempo  de visión y lúdica anarquía, y todo por esa bendita e inesperada sensación que me embargó al verla tan sonriente y emotiva, - casi reflejando el mismo semblante de ilusión que él me mostraba a diario- mostrándose segura o tal vez convencida de que iba a encontrar lo que buscaba ahí.
Se acercó a él sin mayor presentación. Preguntó todo lo que quiso obtuviera o no respuesta. El desaire no la amilanaba. Era auténtica como solo ella sabía serlo. Parece que sabía o intuía que algo de ella aéllo ponía nervioso. Creo que tal vez sentía que de alguna forma coincidían en ese lugar y en todas las similitudes mostradas hasta ese momento, por algo muy especial, aún ajeno a sus entendimientos. Yo estaba –repito- sorprendido.Disfruté mucho viéndolos actuar como unoschiquillos, ocurrentes y también coquetos. Era increíble verlos jugar entre su conversación, olvidando por completo y afirmándose en la teoría de no necesitar de sus ojos para ver a través de su alma; parecía que habían llegado –el uno al otro- en sus vidas en el momento justo, solo para robarse el aliento y dibujar sonrisas en sus rostros.
¿Será acaso una utopía?, me preguntó después de describírmela como un “bizcocho” –ese fue mi adjetivo para la descripción de su musa-. Y es que la incógnita dibujaba en él un elocuente gesto entre fulgor y emoción confusa. Quería saber, tras sus anteriores intentos fallidos, cual había sido su mayor atractivo esta vez, porque aún no era del todo consciente del impacto que causaba en los demás su particular forma de ver la vida. No sabía si en realidad era esa exótica fragancia en su personalidad, u otra cualidad suya, la que terminaría por llevarlo a la conclusión de un anhelado sueño: El amor. Había empezando a sentirse cansado de saberse solo. La magia del amor no lo alcanzaba. Estaba harto de que el romance aún no hubiera tocado su puerta. Y aunque para él no fue un impedimento ni el motivo de su resignación la ceguera permanente desde los tres años producto de las cataratas congénitas, esto fue el alegato suficiente para que la sociedad lo sentenciara a vivir así. Enhorabuena jamás se dio por vencido.

Fantasmas



Me está cansando esta resaca. Aunque siento que es muy necesaria, a veces también me hace daño. Lo cierto es que es muy curiosa, divertida y un tanto extraña si lo quiero así. A veces ya no quiero estar así, quisiera encontrar la forma de alcanzar mi equilibrio personal. Estoy seguro que lo lograré. Es más, ya está decidido.

Hay una inconformidad en mí increíblemente añeja, parece que llevara sobre mis hombros algo así como el pecado original, no me agrada eso, tampoco quiero sentirme tan importante. Es por eso que a menudo no me gusta tomarme el mundo muy en serio. Y sí, puede sonar a muy flojo y a muy posero, o alguien puede burlarse y con razón decirme figurita repetida, pero en cierta forma me siento bendecido por eso. No me interesa ser como los demás. Existe tanta gente falsa, que vive engañada. Yo no quiero parecerme a ellos. Definitivamente no.

Por eso -calma, si mantienes la boca cerrada vas a estar bien- me digo, ¿Podría extrañar algo que nunca fui? -hablo de la simplicidad-, no lo creo. Pero podría colocarla en mi agenda como una meta existencial, oh si. Claro, si ese fuera el caso. Lo cierto es que adoro este conflicto interno, pasajero, porque me da la oportunidad de conocerme más. No es fácil enfrentarse con los fantasmas que uno ha desarrollado desde la niñez. Creo que hay que tener valor para eso, porque es difícil salir ileso de esa travesía. Por eso necesito a menudo olvidarme de quién soy y confundirme entre la gente, necesito el misterio de ese no se qué que tiene el artificio del escape. También sé que son a estas alturas cuestionables hábitos que ya no necesito más y quiero dejar de lado, en un entrañable rincón de mis recuerdos.

Odio San Valentín


Lo intente todo. 


Desde siempre y cada año quise brindarte más, pedirte menos y a tu modo decir las cosas con cuidado y con arrojos. Hasta me dejé llevar por el sulfuroso bramido comercial en la tele, en la radio, en los diarios, en internet, en el taxi, y descuidadamente por la calle, frente a un individuo apareciendo como por arte de magia con una gran bolsa plateada con aire y una muy manoseada frase grabada. 


Quise adorarte, cuidarte, hablar a través de ti y entender el porqué de tu institucionalización, sin enojos. Ser parte del típico intercambio de regalos, con osos peluche con turulatos ojos de plástico y arreglos florales envueltos en papel platinado. Quise formar parte de tu bulliciosa y huachafa pomposidad; pero no más.


Quizá te odie y no es que me declare un intolerante y peludo “grinch de san valentín”, porque yo también mandé una postal, compré flores, besé y apreté mejor un 14 de febrero –porque era 14 de febrero y los comerciales por donde se mire, te marcan la pauta romántica-; sino tal vez te odie, porque me sienta un instrumento para estampar corazones en todas partes, porque me volví adicto a los mensajes de texto que terminan en una frase compuesta por cinco letras, porque solo sintonizo en mi reproductor algunas melodías inspiradas en ese sentimiento llamado “amor” y porque siento –claro que sí- que de todo esto que está sucediendo –y lo escribo con convicción- no me voy a arrepentir.


¡La travesía de un buen viaje!



Amaneció con sol cadencioso – ¿Presagio o destino?, no lo sé- y empezaba a encenderse más en mí este sentimiento… 

Siento, como te puedo querer tanto, y sé que eso no es jugar con mi vida y con tu canto; confieso que disfruto apartándome de la realidad y convirtiéndome en tu bufón. Entonces me detengo a pensar en el miedo que a ambos nos embarga, pero, me gana la perseverancia que impone el destino, cuando me sumerge entre tus brazos dejándome en este estado contemplativo y de encanto. 

Pienso, y un Déjà vu me recuerda que te he soñado todo este tiempo indefinido, imaginándote felina entre instantes de locura; brillando generosa y emanando sin premura tu envolvente ternura. He soñado y he contemplado verme enamorado, pero, aunque aún no lo entiendo me gusta cada vez no se qué tanto; es muy pronto, lo sabemos, sin embargo ya he hecho presa de mí este gran sentimiento.

Siento, que dejas escapar frágil en tu mirada, la delicadeza y admiración por el brillo de lo romántico. Entonces me pregunto: ¿tu corazón suspirando está a la espera del momento en que este poeta te corone entre sus versos como diosa?, entonces concluyo que sueño también con ese mágico instante perdurable que acompañó todo este tiempo mis ganas de esperaste. 

Pienso, “he actuado como un niño temeroso, extraviado en el extraño gozo que me da tu presencia y  nuestro momento”. Confundido, no sé qué fuerza obra en mí; tal vez el amor había escapado de mí, tal vez hace mucho tiempo añoraba este instante eterno. No he sido lo suficientemente fuerte para arriesgar, pero hoy siento las ganas de por ti, hacerlo; no he tenido el valor de mostrarte este dichoso perfume romántico que produces en mi cuerpo, sin embargo me gana esta realidad que imaginé nunca vivir pero que empezó a crecer con tus versos.

Siento, las últimas horas en ese lugar y lo más seguro era que no volveríamos por mucho tiempo; en el fondo me sentí profundamente alegre, existió el espacio suficiente para afianzar estos sentires internos. Creo que supe desde siempre que iba a quedar marcado por una historia así, y ya no sé cómo, pero si se que no quiero evitarlo. Aquella noche, mientras dormías pensaba en ti y sentía esas dulces sonrisas tras de mí; de pronto la fantasía se asomó a mi mente e iluminó mi pensar: “Bendita sea la naturaleza y el camino que nos trajo hasta aquí”.

Amaneció hoy muy soleado, abrí mi maleta y me di cuenta que la traje cargada con tus suspiros; es que ha cambio  tanto la dirección de mi brújula que no exagero si digo que doy pasos poniendo como mi camino tu recuerdo. Me vine con el retrato imaginario de aquel momento y ya no tengo más el alma enredada. 

Ahora, finalmente puedo decir que ese temido sentimiento, con mi consentimiento, de mí se ha apoderado.