Llegó
a su mundo de pronto y de la manera más inesperada. La encontró en un espacio
poco usual para las personas como él, en medio de una soledad que lo consumía y
casi estaba matando. De ella no podría
describir lo mismo, pero también estaba viviendo -creeel- con adolescente
impetuosidad sus sueños, y eso le gustó mucho, porque podía reconocerse en esa
imagen que de alguna manera le recordaba tanto a la suya. “Es un real reflejo de lo que yo fuien otro tiempo y que por los golpes
del sentido empezaba a olvidar y dejar de lado” –recuerdo me comentaba, mientras yo le prestaba la mitad de la atención
que él me daba-. “Es como un maravilloso espejo
sobre el cual podría –irónicamente- observarme y empezar a amarme” -me decía con efusivo entusiasmo-.
Era imposible dudar de un sentimiento así, pero en el fondo yo sabía que él
tenía miedo de pensar en ella en otros términos que no fueran los de una cyber-amistad.
Ahora, más que nunca, no quería volver a ilusionarse y acabar con el corazón
roto. En el fondo yo sentía un nudo en la garganta al oírlo, pues su ilusión
crecía día a día, llamada tras llamada; a través de aquel foro de “citas a
ciegas”, uno de los tantos que abundan hoy en el internet. Y es que mi
preocupación era evidente, después de haber sido testigo de sus abruptos
fracasos -tras
haber confesado su evidente invidencia-
con sus cyber-parejas de turno.
Creo
que empezó a quererla de repente. Cada día que hablaban se afirmaba más en el
ese sentimiento. Me sorprendí en más de una oportunidad –escuchando sus conversaciones- de
lo mucho que tenían en común. Sus gustos eran muy similares. Y por si fuera
poco el empezaba a hacerse preguntas. A veces lo oía preguntarsesi era ella la
que lo iba a sacar de ese doloroso letargo. Si era ella aquella estrella que
anunciaría la llegada de un mundo mejor. Si era ella acaso de quién se iba a
enamorar finalmente. Aunque tal vez siempre quiso que fuese alguien como ella, porque
hasta ahora no conoció a nadie así.
“Esta
vez es diferente”, menuda frase con la que ya me
había familiarizado y a la cual se había aferrado en busca de alguien, de quien
por momentos –yo-
pensaba jamás llegaría.“No será diferente
mientras no te muestres tal cual y no manifiestes por encima de todo tu
invidencia, detrás de una pantalla no conquistarás a nadie, ocultando cosas
tampoco”, sentencié –soné algo duro, pero era la realidad después de todo-.
Al parecer nada de lo que había conocido lo satisfacía tanto hasta ese momento.
Tal vez llevaba mucho tiempo a la caza de un sueño dorado, y se había dado -una y otra vez- de cara con una realidad fría e
insípida que lo llevaba de mal traer y que le dibujaba la sonrisa al revés,
justo ante los flashes y cuando menos la necesitaba. “Creo que nunca te has enamorado”,
me dijo en alguna ocasión mientras discutíamos su situación. Yo no sabía que
hacer al ver a mi buen amigo, mi hermano del alma, actuar de una forma
inusitada y triste. Creo que él ya no quería vivir más con ese sentimiento a
cuestas. Ahora más que nunca quería saber si el amor es una realidad o sólo una
bella canción y un recuerdo que se esfuma.
Una
buena tarde, fui a buscarlo como de costumbre y lo encontré con una mirada
desencajada y algo atónito; sucedió algo que él había venido prolongando por un
buen tiempo y de lo cual prefería evitar preocuparse para no empañar su
momentánea felicidad. Ella sugirió que
era momento de conocer a quien suponía era la mitad de la naranja que faltaba
para complementarse. Él –aterrado por la idea de revelarle su deficiencia o tal vez por lo que
suponía sucedería después de este suceso-
para no desairar el pedido de su cyber-amiga, accedió a la petición y de
inmediato la citó a un conocido café, al cual –según sus conversaciones-
acudían de vez en vez. Yo no sabía que hacer frente a esto, pues mi temor era
mayor al de él, pero no podía reflejar eso para no desilusionarlo. Lo animé a
continuar con su travesía y decidí por obvias razones ser su Lázaro, como en
alguna ocasión anterior ya lo había sido. Que más daba, no era justo rendirse
sin haber luchado hasta el final.
Llegó
el día. Tembloroso y asustado me repetía si se veía bien, yo jugaba
insistiéndole que se mirara al espejo –tenía que evitar mi nerviosismo y
evitárselo a él-. Llegamos al lugar, nos sentamos junto a la barra –habían quedado en encontrarse en ese lugar-,
pedimos unos frapps y él sugirió que me sentara en una mesacercana. Sin
reproche alguno accedí a su pedido, aún faltaban unos minutos para la hora
pactada.
De
pronto una mágica curiosidad se apoderó del ambiente. Él se sentía alterado, no
era nuevaesa espera, pero de alguna manera si un tanto diferente. Entonces
aparecióla joven que él con tantas
ansias esperaba. Apareció como una luz infinita sobre la noche. Era ella, sin
duda. Llegóde manera tan natural, lucía jeans, un vestido abarrotado de bolitas
y balerinas –tal y como había descrito iría a dicho encuentro-. No tenía nada
de maquillaje en el rostro y llevaba el cabello bien sujeto a una coleta. Nada
ostentoso, nada artificial, superficial o fuera de lo común. Solo ella y su encanto.
Ella y el brillo de una gran sonrisa, sonrisa que iluminaba aquella noche más que
cualquier reflector dentro del lugar. Pero con un enorme bastón blanco que
dejaba entrever su problema visual. En ese momento hubiera querido que él haya
podido verla como yo. Hubiera querido permitirle un tiempo de visión y lúdica anarquía, y todo por esa
bendita e inesperada sensación que me embargó al verla tan sonriente y emotiva,
- casi reflejando el mismo semblante de
ilusión que él me mostraba a diario- mostrándose segura o tal vez
convencida de que iba a encontrar lo que buscaba ahí.
Se
acercó a él sin mayor presentación. Preguntó todo lo que quiso obtuviera o no
respuesta. El desaire no la amilanaba. Era auténtica como solo ella sabía
serlo. Parece que sabía o intuía que algo de ella aéllo ponía nervioso. Creo
que tal vez sentía que de alguna forma coincidían en ese lugar y en todas las
similitudes mostradas hasta ese momento, por algo muy especial, aún ajeno a sus
entendimientos. Yo estaba –repito- sorprendido.Disfruté mucho viéndolos actuar
como unoschiquillos, ocurrentes y también coquetos. Era increíble verlos jugar
entre su conversación, olvidando por completo y afirmándose en la teoría de no
necesitar de sus ojos para ver a través de su alma; parecía que habían llegado
–el uno al otro- en sus vidas en el momento justo, solo para robarse el aliento
y dibujar sonrisas en sus rostros.
¿Será acaso una utopía?,
me preguntó después de describírmela como un “bizcocho” –ese fue mi adjetivo para la descripción de su musa-.
Y es que la incógnita dibujaba en él un elocuente gesto entre fulgor y emoción
confusa. Quería saber, tras sus anteriores intentos fallidos, cual había sido
su mayor atractivo esta vez, porque aún no era del todo consciente del impacto
que causaba en los demás su particular forma de ver la vida. No sabía si en
realidad era esa exótica fragancia en su personalidad, u otra cualidad suya, la
que terminaría por llevarlo a la conclusión de un anhelado sueño: El amor.
Había empezando a sentirse cansado de saberse solo. La magia del amor no lo
alcanzaba. Estaba harto de que el romance aún no hubiera tocado su puerta. Y
aunque para él no fue un impedimento ni el motivo de su resignación la ceguera
permanente desde los tres años producto de las cataratas congénitas, esto fue
el alegato suficiente para que la sociedad lo sentenciara a vivir así.
Enhorabuena jamás se dio por vencido.