Lo intente todo.
Desde siempre y cada año quise brindarte más, pedirte menos
y a tu modo decir las cosas con cuidado y con arrojos. Hasta me dejé llevar por
el sulfuroso bramido comercial en la tele, en la radio, en los diarios, en
internet, en el taxi, y descuidadamente por la calle, frente a un individuo
apareciendo como por arte de magia con una gran bolsa plateada con aire y una
muy manoseada frase grabada.
Quise adorarte,
cuidarte, hablar a través de ti y entender el porqué de tu institucionalización,
sin enojos. Ser parte del típico intercambio de regalos, con osos peluche con
turulatos ojos de plástico y arreglos florales envueltos en papel platinado. Quise
formar parte de tu bulliciosa y huachafa pomposidad; pero no más.
Quizá te odie y no es que me declare un intolerante y peludo
“grinch de san valentín”, porque yo también mandé una postal, compré flores, besé
y apreté mejor un 14 de febrero –porque era 14 de febrero y los comerciales por
donde se mire, te marcan la pauta romántica-; sino tal vez te odie, porque me
sienta un instrumento para estampar corazones en todas partes, porque me volví adicto a los mensajes de texto que terminan en una frase compuesta por
cinco letras, porque solo sintonizo en mi reproductor algunas melodías inspiradas
en ese sentimiento llamado “amor” y porque siento –claro que sí- que de todo
esto que está sucediendo –y lo escribo con convicción- no me voy a arrepentir.
1 comentario:
Publicar un comentario